Cada generación adolescente necesita un grupo de música del que hacerse fan con locura. Además, la música también necesita de los grupos de fans, pues es el motor que empuja a los adolescentes seguir escuchando música el resto de su vida. Y que la música que escuchan tenga importancia para ellos.
Las alarmantes cifras de asistentes a los dos últimos conciertos de Tokio Hotel en nuestro país -5.000 personas en Barcelona y 7.000 en Madrid para unos aforos del doble de capacidad- sugieren que el fenómeno del grupo alemán se está desinflando.
Los jóvenes de 17 años que acudieron al primer concierto del grupo en España, el MTV Day del año 2007, tienen ya 20 años y es posible que hayan sustituido el fanatismo de su grupo de adolescencia por otro que les proporcione otras sensaciones. Los grupos de música son como lianas en la selva, se va saltando de uno a otro y así se llega hasta algún sitio desconocido, cruzando la selva.
"El desprecio al gusto y el criterio del publico adolescente femenino está más que asumido en el mundo de la música", explica la especialista en música y cultura afroamericanas Patricia Godes. "Se devalúa a los artistas que gustan a las chicas sin pensar que el origen del rock y el pop está precisamente en ese público. ¿Quiénes hicieron famosos a Sinatra, Elvis, Beatles, Rolling, Doors, Michael Jackson, Raphael o Serrat?, ¿los críticos?, pues no, ¡las niñas!".
Los fans que comenzaron escuchando al grupo de los hermanos Kaulitz con trece años siguen en la brecha y forman parte de esa masa de 12.000, que son muchos, y acudieron a verles en la presentación de Humanoid.
El fenómeno de fans es cíclico y cada generación tiene un grupo como bandera. Hoy es Tokio Hotel y hasta dentro de cinco o siete años no estaremos hablando de su reemplazo.
Para Godes, "la industria discografica, siempre con tan poca memoria histórica y tan aficionada a tirar piedras contra su propio tejado, ha optado por destinar a las chicas, que son el público natural de la música pop contemporánea, sus productos más deleznables".
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La siguiente generación, tocada por el emo, necesitó de algo más contundente y puso sus ojos en un joven grupo alemán, Tokio Hotel, formado en 2003 aunque su primer disco no vio la luz hasta 2005.
En ese mismo año surgió una opción más edulcorada, producto de la factoría Disney, al igual que Hannah Montana: los Jonas Brothers. Una banda de tres hermanos, protagonistas de Camp Rock en 2008, y autores de un pop apto para un público más infantil que el de Tokio Hotel, cuyos seguidores visten se pintan las uñas de negro y se rompen las medias, algo que jamás haría una fan de Jonas Brothers. Nada mejor que un buen enfrentamiento (Beatles / Rolling Stones, Spandau Ballet / Duran Duran, Michael Jackson / Prince, sirvan como ejemplos) para enervar el fanatismo y la pasión por la música.
Para Patricia Godes "es el último reducto del machismo: dar a las mujeres la basura musical", afirma. "Hay una doble moral: una chica joven o una mujer adulta comete un pecado de frivolidad imperdonable para el dogma musical cuando alaba a un cantante por su atractivo físico, mientras que los críticos adultos masculinos se pasan media vida profesional tratando de demostrar su dureza describiendo con términos machistas o con la infame prosa poética roquera los atributos físicos de las cantantes femeninas" describe la periodista, aunque matiza que "esto ha cambiado porque los críticos más jóvenes no están tan reprimidos como los clasicos".
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